En el XVIII el doctor David Christianus, de la Universidad de Giessen, propuso otro método para la crianza: perforar el huevo de una gallina negra, inseminarlo con esperma humano, sellarlo con pergamino y enterrarlo en estiércol durante la primera luna de marzo. El humanoide resultante se convertiría en protector de su dueño, quien debería alimentarlo con hojas de lavanda y lombrices vivas. La noción de homúnculo se abrió paso en el discurso precientífico e interesó a los espermistas, quienes creían que en el semen humano había miles de hombrecillos que necesitaban pasar una temporada en el vientre de la mujer para desarrollarse, fortalecerse y tomar características humanas.
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Aunque la posibilidad de dar forma a una criatura así quedó eliminada cuando el espíritu científico se impuso al pensamiento mágico, la noción de esta criatura prevaleció en la literatura y lo encontramos nuevamente en las obras de Laurence Sterne y, ya en nuestro siglo, en la novela El péndulo de Foucault del autor italiano Umberto Eco, donde se habla de decenas de figurillas presuntamente animadas. La noción de "homúnculo" prevalece en las neurociencias, para referirse a una imagen de un humano distorsionado para representar el espacio sensorial relativo que cada parte del cuerpo ocupa en la corteza cerebral.